LA MILANA de ARTURO CUYÁS DE LA VEGA
(A Pepe González Marín, el aeda moderno)
-Madre, ya anochece…
Ya empiezan a estar los caminos borrosos;
cierre esta ventana,
tranque bien la puerta, échele el cerrojo…
-¿Y por qué, mi vida?
Deja que entre a chorros
ese aire que huele a cantueso y a juncia;
con él de tus males sanarás muy pronto:
lo asegura el médico
y lo dicen todos,
que no hay medicina
como este airecillo puro y oloroso.
¡Respira muy fuerte,
respira muy hondo!
-Madre, tengo miedo:
cierre ese ventana, aunque quiero el rostro
volver, la mirada se escapa a clavarse
en ese sendero que baja al arroyo
y por él, lo mismo
que todas las tardes, camino del chozo,
vendrá la Milana, esa bruja maldita
que me hizo mal de ojo.
Siento que se acerca
que viene… Lo noto
en estos extraños temblores de angustia
y en este sofoco.
Está a todas horas metida su imagen
dentro de esta frente que es hielo y es horno.
¡Aquí está! ¡La veo!..., Cubierto de harapos
el cuerpo cenceño, desmedrado y corvo,
los ojos sumidos
y en las cuencas cárdenas, brillando en lo hondo,
dos puntos de fuego
como dos malignos chispazos diabólicos…
-Hijo, no te excites pensando tontunas;
¡si no hay brujas, tocho!
-Si, madre, las hay…¿Quién la tiene abrasados
de llanto los ojos?
¿Quién me trajo este mal que así me consume,
este roe-roe cruel, angustioso
como si tuviera en el pecho clavados
los dientes de un lobo?
No valieron drogas, ni emplastos, ni unturas,
ni del señor cura latines ni hisopos,
ni vale esta bolsa colgada a mi cuello
con plumas de urraca y uñas de raposo…
La Milana, madre, leyó mi sentencia,
respirando odio,
aquel día aciago que, por broma y juego
como una bandada de pájaros locos,
fuimos a cantarle coplas a su puerta…
Llegó de improviso, corrieron los otros:
yo, torpe, no supe escapar y aturdido
me quedé allí, solo.
El frío zarpazo
de sus acerados dedos sarmentosos
que la ira crispaba
cayó como garra de hielo en mi hombro,
y con voz silbante, quebrada, me dijo:
“Tú te acordarás de esta vieja, buen mozo”.
Y bien lo vio, madre; desde aquel momento
lo he perdido todo.
Gentes de justicia, ganados y tierras
nos fueron quitando, y así, poco a poco,
vino la pobreza,
que cortó por siempre los tiernos coloquios
con aquella moza de los ojos claros,
hoy espejos de otro.
Y mordió mis carnes este mal sin cura,
y aquellos amigos de antaño, ¡qué pronto
de mi lado huyeron
igual que se huye de un perro sarnoso!
Todo se ha perdido,
su dolor y el mío nos quedan tan sólo…
Madre, madre, corra,
cierre esa ventana; échele el cerrojo
a la puerta, madre… ¡Ya llega, ya viene!
¡Me muero, me ahogo!...
-¡Hijo, no te angusties así!... ¿No respondes?
¡Toma, bebe un sorbo
de esta medicina!...¡Hijo!...¡Virgen santa!
¡Valedme! ¡Socorro!
Pero nadie escucha,
ni nadie a las voces acude. ¡Qué sordo
silencio el del campo que tiñe la tarde
de sombra y misterio!... Nadie llega… Sólo
por la senda angosta
que baja al arroyo
viene la Milana, cubierta de harapos,
el cuerpo cenceño, desmedrado y corvo,
los ojos sumidos
y en las cuencas cárdenas, brillando en lo hondo,
dos puntos de fuego
como dos malignos chispazos diabólicos…