Amb aquest bloc vull retre homenatge a Domingo Mulà, rapsode “per afició”, que ens ha delectat al llarg de molts anys, recitant poesies, però per davant de tot, per ser com és, una persona magnífica.

Crec que els homenatges cal fer-los en vida, hem de saber agrair a la gent que ens fa feliç i donar-los-hi les gràcies cada dia, si cal. M’ha semblat una manera d’expressar el meu agraïment, per l’esforç, si , aquest que diu que ha fet amb tantes ganes, però que a la fi, ha estat un treball de molts anys. M’agradaria que tanta feina no fos per res, vull que tot el món, conegui al nostre estimat Domingo, i dic nostre, perquè, els que el coneixem, cadascú a la seva manera, se l’ha fet una mica seu. Les seves poesies han colpit als nostres cors i ens ha fet gaudir de tants moments feliços, que qualsevol regal és poc per tornar-li el què ens ha donat.

Ara, aquí i en qualsevol lloc, podrem escoltar aquestes poesies que recita amb tanta passió.

Gràcies Domingo, un cop més.

Sincerament,

Anna

dissabte, 30 de gener del 2010

Cerraron sus ojos

CERRARON SUS OJOS de GUSTAVO ADOLFO BEQUER



Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y de misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo;
allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio:
y perdido en las sombras
medité un momento:

¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!
(...)

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, vil materia,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y miedo
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos.

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