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divendres, 29 de gener del 2010

Pena y alegria del amor

PENA Y ALEGRIA DEL AMOR de RAFAEL DE LEÓN



Mira cómo se me pone
la piel cuando te recuerdo.

Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.

Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en la sien una corona
hecha de alfileres negros.

Mira cómo se me pone la piel
cada vez que recuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.

Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de amapolas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.

¡Ay, que pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!

Cuando por las noches a solas
me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu lado,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento
y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,
lucha, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del pecho.

Salgo de mi casa al campo
sólo con tus pensamientos,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo aprieto entre mis manos
lo mismo que a un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva,
mi vida, no vuelvas a hacerlo?
te vi besar a mi hijo,
si a mi hijo el más pequeño,
y cómo lo besarías
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que tú a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque la tierra se abra
y aun cuando el pueblo se entere
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.

Y que aprendan a quererse
los que quieren en silencio.

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