diumenge, 31 de gener del 2010
Mi compañero
MI COMPAÑERO de RAFAEL DE LEÓN
La mujer que yo quería
con otro la he visto hablá
aunque me cuesta la via
no habrán de verme llorar.
Vivan los cantes bonitos,
viva la gente morena
que con un tango de cae
le hace un entierro
a sus penas
Viva el vino de San Lucas
y el aguardiente de mora
me emborracho y no echo a cuenta
de si el corazón me llora.
Dolerme?… bueno, que zi me duele
que me falte su querer
pero trinco siete gordas
y echa vino montañes.
Vamos, vamos , talento
y privà no hay duca que
a mi me levante el gallo
yo, no he llorao ni ziquiera
la muerte de mi caballo
Ai que caballo ma bueno
que planta mas zeñorona
tomaba café con leche
lo mismo que una prezona
En pelo, me lo montaba
na de zilla ni de espuela
pero hombre,
si cuando chico
iba conmigo a la escuela.
Me pego un dia el maestro
por no zabé geografia
y el potro le dio dos cozes
que lo trasladó pa turquia.
Cuando el tifu
que ni un pelo fartó
pa que me muriera
no había quien lo arrancara
de junto a mi cabecera
siempre juntos
como hermanos.
Era igualico que yo,
que importaba que
tuviera cuatro patas
y yo dó.
La orejilla de punta
los ojos como candiles
a cuarenta y ziete legua
divisaba los civiles
a la vista de un tricornio
bueno, se bebía las distancias
cuando nos daban el: “yartó”,
ya estaba el caballo en francia
y si estaba yo ispeccionando
los corrales de gallina
me avisaba en un relincho
“tu titi, tu, que viene la vesina”.
Y como yo pretendiera
de amores a una serrana
vamo que s’arrodillaba
el caballo debajo de su ventana
ah que caballo mas noble
que compañero mas fino
pues, pues no lo lloro,
no, me bebo las lagrimas en el vino
que vengan las negras ducas
que poco me importa a mi
con el vino de San Lucas
yo, me yarto de reir.
Un domingo fui a los toros
que tarde ma divertida
viendo al niño de boluyo
la indama que tenia,
ar picaor de reserva
le acertaron tres tomates
que la chaquetilla verde,
se la pusieron granate.
Sinvergüenza, picatoste
vamo al toro, a picar
y el me dijo: es el caballo
que no quiere caminar.
Mira, el caballo,
si el caballo
el compañerito mio
que yo estaba de dando vose
y el m’habia conosio
los gitanos que m’han vendió
pa darme muerte en la arena
defiéndeme compañero
apárame en mi vejez
que el toro,
el toro me está mirando
y yo, no me puedo valer.
En la raíz de mis huesos
sentí un temblor de agonía
el toro en aquel instante
como un rayo lo embestía
yo quise arrojarme
salvarlo, de aquella muerte certera
y alguien me dijo:
“venga a la cama
y a dormir la borrachera!”
Juez divino, dios del cielo
dale a esta gente un castigo
que se arrejunta por miles
pa asesinarme un amigo.
Una mujer, desde arriba
le echo al caballo una rosa,
“ya tiene entierro con flores
que Dios te lo pague hermosa”.
Ze quedo como un guiñapo
muerto allí junto al estribo
pero yo, yo como soy hombre
me divierto bebo y vivo
vino fresco, venga pronto
dame vino de la parma
que esta de cuerpo presente
mi compañero del alma.
“que se siente i que se acalle
vamó porque chilla ese guasón?”
porque ese torito negro
me ha partido el corason
por eso brindo y no lloro
la muerte de mi caballo
aquel que murió en los toros
en una tarde de mayo.
Ai, como quieres que suspire
por farta de tu querer,
si he visto morir a un hermano
y ya, ya ni me acuerdo de el.
La mujer que yo quería
con otro la he visto hablá
aunque me cuesta la via
no habrán de verme llorar.
Vivan los cantes bonitos,
viva la gente morena
que con un tango de cae
le hace un entierro
a sus penas
Viva el vino de San Lucas
y el aguardiente de mora
me emborracho y no echo a cuenta
de si el corazón me llora.
Dolerme?… bueno, que zi me duele
que me falte su querer
pero trinco siete gordas
y echa vino montañes.
Vamos, vamos , talento
y privà no hay duca que
a mi me levante el gallo
yo, no he llorao ni ziquiera
la muerte de mi caballo
Ai que caballo ma bueno
que planta mas zeñorona
tomaba café con leche
lo mismo que una prezona
En pelo, me lo montaba
na de zilla ni de espuela
pero hombre,
si cuando chico
iba conmigo a la escuela.
Me pego un dia el maestro
por no zabé geografia
y el potro le dio dos cozes
que lo trasladó pa turquia.
Cuando el tifu
que ni un pelo fartó
pa que me muriera
no había quien lo arrancara
de junto a mi cabecera
siempre juntos
como hermanos.
Era igualico que yo,
que importaba que
tuviera cuatro patas
y yo dó.
La orejilla de punta
los ojos como candiles
a cuarenta y ziete legua
divisaba los civiles
a la vista de un tricornio
bueno, se bebía las distancias
cuando nos daban el: “yartó”,
ya estaba el caballo en francia
y si estaba yo ispeccionando
los corrales de gallina
me avisaba en un relincho
“tu titi, tu, que viene la vesina”.
Y como yo pretendiera
de amores a una serrana
vamo que s’arrodillaba
el caballo debajo de su ventana
ah que caballo mas noble
que compañero mas fino
pues, pues no lo lloro,
no, me bebo las lagrimas en el vino
que vengan las negras ducas
que poco me importa a mi
con el vino de San Lucas
yo, me yarto de reir.
Un domingo fui a los toros
que tarde ma divertida
viendo al niño de boluyo
la indama que tenia,
ar picaor de reserva
le acertaron tres tomates
que la chaquetilla verde,
se la pusieron granate.
Sinvergüenza, picatoste
vamo al toro, a picar
y el me dijo: es el caballo
que no quiere caminar.
Mira, el caballo,
si el caballo
el compañerito mio
que yo estaba de dando vose
y el m’habia conosio
los gitanos que m’han vendió
pa darme muerte en la arena
defiéndeme compañero
apárame en mi vejez
que el toro,
el toro me está mirando
y yo, no me puedo valer.
En la raíz de mis huesos
sentí un temblor de agonía
el toro en aquel instante
como un rayo lo embestía
yo quise arrojarme
salvarlo, de aquella muerte certera
y alguien me dijo:
“venga a la cama
y a dormir la borrachera!”
Juez divino, dios del cielo
dale a esta gente un castigo
que se arrejunta por miles
pa asesinarme un amigo.
Una mujer, desde arriba
le echo al caballo una rosa,
“ya tiene entierro con flores
que Dios te lo pague hermosa”.
Ze quedo como un guiñapo
muerto allí junto al estribo
pero yo, yo como soy hombre
me divierto bebo y vivo
vino fresco, venga pronto
dame vino de la parma
que esta de cuerpo presente
mi compañero del alma.
“que se siente i que se acalle
vamó porque chilla ese guasón?”
porque ese torito negro
me ha partido el corason
por eso brindo y no lloro
la muerte de mi caballo
aquel que murió en los toros
en una tarde de mayo.
Ai, como quieres que suspire
por farta de tu querer,
si he visto morir a un hermano
y ya, ya ni me acuerdo de el.
dissabte, 30 de gener del 2010
Los motivos del lobo
LOS MOTIVOS DEL LOBO de RUBÉN DARÍO
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: -¡Paz, hermano
lobo! El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: -¡Está bien, hermano Francisco!
¡ Cómo! -exclamó el santo-. ¿Es ley que tú
vivas
de horror y de muerte?
¿ La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿ Vienes del infierno?
¿ Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: -¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿ La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
Francisco responde: -En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡ Que Dios melifique tu ser montaraz!
- Está bien, hermano Francisco de Asís.
- Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: -He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios. -¡Así sea!,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.
*
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch o de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a la cueva halló a la alimaña.
- En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote –dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
- Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente,
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: -¡Paz, hermano
lobo! El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: -¡Está bien, hermano Francisco!
¡ Cómo! -exclamó el santo-. ¿Es ley que tú
vivas
de horror y de muerte?
¿ La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿ Vienes del infierno?
¿ Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: -¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿ La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
Francisco responde: -En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡ Que Dios melifique tu ser montaraz!
- Está bien, hermano Francisco de Asís.
- Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: -He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios. -¡Así sea!,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.
*
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch o de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a la cueva halló a la alimaña.
- En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote –dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
- Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente,
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...
Volverán las oscuras golondrinas
VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS de GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales,
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aun mas hermosas,
sus flores abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡así no te querrán!
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales,
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aun mas hermosas,
sus flores abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡así no te querrán!
Etiquetes de comentaris:
Gustavo Adolfo Bécquer
Cerraron sus ojos
CERRARON SUS OJOS de GUSTAVO ADOLFO BEQUER
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y de misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo;
allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio:
y perdido en las sombras
medité un momento:
¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!
(...)
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, vil materia,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y miedo
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y de misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo;
allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio:
y perdido en las sombras
medité un momento:
¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!
(...)
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, vil materia,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y miedo
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
Etiquetes de comentaris:
Gustavo Adolfo Bécquer
divendres, 29 de gener del 2010
La carta
LA CARTA de RAMÓN DE CAMPOAMOR
Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
jugó estar a viva a vuestro lado un día.
Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo unas flores.
Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga... casi interminable...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida;
que las cosas más íntimas ahora
se escapen de mis labios con mi vida.
Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
la idea de los celos importuna;
¡Juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria;
¡Yo os hubiera también amado tanto!...
Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en el tren, lleguemos
de nuestra vida a la estación postrera.
¡Ya me siento morir!... El cielo os guarde.
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
Pues yo desde ella os estaré mirando;
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré, rezando,
que Dios de par en par el cielo os abra.
¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amasteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
¡Oh Padre de las almas pecadoras,
conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
¡Adiós, adiós! ¡Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba... y que me muero!
Fragmento de El tren expreso
Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
jugó estar a viva a vuestro lado un día.
Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo unas flores.
Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga... casi interminable...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida;
que las cosas más íntimas ahora
se escapen de mis labios con mi vida.
Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
la idea de los celos importuna;
¡Juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria;
¡Yo os hubiera también amado tanto!...
Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en el tren, lleguemos
de nuestra vida a la estación postrera.
¡Ya me siento morir!... El cielo os guarde.
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
Pues yo desde ella os estaré mirando;
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré, rezando,
que Dios de par en par el cielo os abra.
¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amasteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
¡Oh Padre de las almas pecadoras,
conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
¡Adiós, adiós! ¡Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba... y que me muero!
Fragmento de El tren expreso
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Ramón de Campoamor
El cant espiritual
CANT ESPIRITUAL de JOAN MARAGALL GORINA
Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu da’ en una altra vida?
Per això estic tan gelós dels ulls, i el rostre,
i el cos que m’heu donat, Senyor, i el cor
que s’hi mou sempre... i temo tant la mort!
Amb quins altres sentits me’l fareu veure,
aquest cel blau damunt de les muntanyes,
i el mar immens, i el sol que per tot brilla?
Deu-me’n aquests sentits l’eterna pau
i no voldré més cel que aquest cel blau.
Aquell que en cap moment li digué «Atura’t»
sinó al mateix que’l dugué la mort,
jo no l’entenc, Senyor; jo, que voldria
aturar tants moments de cada dia,
per fe’ls eterns a dintre del meu cor!...
O és que aquest «fe’ etern» és ja la mort?
Mes llavores, la vida, què seria?
Fóra l’ombra només del temps que passa,
la il•lusió del lluny i de l’a prop,
i el compte de lo molt, i el poc, i el massa,
enganyador, perquè ja tot és tot?
Tant se val! Aquest món, sia com sia,
tan divers, tan extens, tan temporal;
aquesta terra, amb tot lo que s’hi cria,
és ma pàtria, Senyor; i no podria
ésser també una pàtria celestial?
Home sóc i és humana ma mesura
per tot quant puga creure i esperar:
si ma fe i ma esperança aquí s’atura,
me’n fareu una culpa més enllà?
Més enllà veig el cel i les estrelles
i encara allí voldria esser-hi hom:
si heu fet les coses a mos ulls tan belles,
si heu fet mos ulls i mos sentits per elles,
per què acluca’ls cercant un altre com?
Si per mi com aquest no n’hi haurà cap!
Ja ho sé que hi sou, Senyor; pro on sou, qui ho sap?
Tot el que veig se vos assembla en mi...
Deixeu-me creure, doncs, que sou aquí.
I quan vinga aquella hora de temença
en què s’acluquin aquests ulls humans,
obriu-me’n, Senyor, uns altres de més grans
per contemplar la vostra faç immensa.
Sia’ amb la mort una major naixença!
Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu da’ en una altra vida?
Per això estic tan gelós dels ulls, i el rostre,
i el cos que m’heu donat, Senyor, i el cor
que s’hi mou sempre... i temo tant la mort!
Amb quins altres sentits me’l fareu veure,
aquest cel blau damunt de les muntanyes,
i el mar immens, i el sol que per tot brilla?
Deu-me’n aquests sentits l’eterna pau
i no voldré més cel que aquest cel blau.
Aquell que en cap moment li digué «Atura’t»
sinó al mateix que’l dugué la mort,
jo no l’entenc, Senyor; jo, que voldria
aturar tants moments de cada dia,
per fe’ls eterns a dintre del meu cor!...
O és que aquest «fe’ etern» és ja la mort?
Mes llavores, la vida, què seria?
Fóra l’ombra només del temps que passa,
la il•lusió del lluny i de l’a prop,
i el compte de lo molt, i el poc, i el massa,
enganyador, perquè ja tot és tot?
Tant se val! Aquest món, sia com sia,
tan divers, tan extens, tan temporal;
aquesta terra, amb tot lo que s’hi cria,
és ma pàtria, Senyor; i no podria
ésser també una pàtria celestial?
Home sóc i és humana ma mesura
per tot quant puga creure i esperar:
si ma fe i ma esperança aquí s’atura,
me’n fareu una culpa més enllà?
Més enllà veig el cel i les estrelles
i encara allí voldria esser-hi hom:
si heu fet les coses a mos ulls tan belles,
si heu fet mos ulls i mos sentits per elles,
per què acluca’ls cercant un altre com?
Si per mi com aquest no n’hi haurà cap!
Ja ho sé que hi sou, Senyor; pro on sou, qui ho sap?
Tot el que veig se vos assembla en mi...
Deixeu-me creure, doncs, que sou aquí.
I quan vinga aquella hora de temença
en què s’acluquin aquests ulls humans,
obriu-me’n, Senyor, uns altres de més grans
per contemplar la vostra faç immensa.
Sia’ amb la mort una major naixença!
Pena y alegria del amor
PENA Y ALEGRIA DEL AMOR de RAFAEL DE LEÓN
Mira cómo se me pone
la piel cuando te recuerdo.
Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en la sien una corona
hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone la piel
cada vez que recuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de amapolas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.
¡Ay, que pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!
Cuando por las noches a solas
me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu lado,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento
y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía,
lucha, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del pecho.
Salgo de mi casa al campo
sólo con tus pensamientos,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo aprieto entre mis manos
lo mismo que a un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.
Ayer, en la Plaza Nueva,
mi vida, no vuelvas a hacerlo?
te vi besar a mi hijo,
si a mi hijo el más pequeño,
y cómo lo besarías
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que tú a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque la tierra se abra
y aun cuando el pueblo se entere
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.
Y que aprendan a quererse
los que quieren en silencio.
Mira cómo se me pone
la piel cuando te recuerdo.
Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en la sien una corona
hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone la piel
cada vez que recuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de amapolas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.
¡Ay, que pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!
Cuando por las noches a solas
me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu lado,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento
y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía,
lucha, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del pecho.
Salgo de mi casa al campo
sólo con tus pensamientos,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo aprieto entre mis manos
lo mismo que a un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.
Ayer, en la Plaza Nueva,
mi vida, no vuelvas a hacerlo?
te vi besar a mi hijo,
si a mi hijo el más pequeño,
y cómo lo besarías
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que tú a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque la tierra se abra
y aun cuando el pueblo se entere
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.
Y que aprendan a quererse
los que quieren en silencio.
El seminarista de los ojos negros
EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS de MIGUEL RAMOS CARRIÓN
Allá en la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados, austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda roza casi el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo, airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre a su paso le deja el recuerdo
aquella mirada de los ojos negros.
Monótono y tarde va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y llegan las tardes plomizas de invierno
y la salmantina de rubios cabellos
desde la ventana del casucho viejo
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos no,
ve tan solo a uno de ellos,
al seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa a la niña y pide aquel cuerpo
en vez de una sotana y marciales rezos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirle: -¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, de pena, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende, olvida sus rezos,
y ya solo vive en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una mañana hermosa de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oye tristes cantos y fúnebres rezos;
es que por la calle pasa un entierro.
Un seminarista sin duda traen muerto;
pues, entre cuatro, llevan a hombros su féretro,
y con la beta roja encima cubierto,
y sobre la beta, el bonete negro.
Con las voces roncas cantaban los clérigos,
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña los mira, al verlos
un temblor de angustia recorre su cuerpo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
y sólo faltaba entre todos ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Pasaron los años, corrió mucho el tiempo...
y allá en la ventana de un casucho viejo,
siempre sola y triste rezando y cosiendo
una pobre anciana de blanco cabello,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, les mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Vieja, ya sola y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
Allá en la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados, austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda roza casi el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo, airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre a su paso le deja el recuerdo
aquella mirada de los ojos negros.
Monótono y tarde va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y llegan las tardes plomizas de invierno
y la salmantina de rubios cabellos
desde la ventana del casucho viejo
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos no,
ve tan solo a uno de ellos,
al seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa a la niña y pide aquel cuerpo
en vez de una sotana y marciales rezos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirle: -¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, de pena, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende, olvida sus rezos,
y ya solo vive en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una mañana hermosa de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oye tristes cantos y fúnebres rezos;
es que por la calle pasa un entierro.
Un seminarista sin duda traen muerto;
pues, entre cuatro, llevan a hombros su féretro,
y con la beta roja encima cubierto,
y sobre la beta, el bonete negro.
Con las voces roncas cantaban los clérigos,
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña los mira, al verlos
un temblor de angustia recorre su cuerpo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
y sólo faltaba entre todos ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Pasaron los años, corrió mucho el tiempo...
y allá en la ventana de un casucho viejo,
siempre sola y triste rezando y cosiendo
una pobre anciana de blanco cabello,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
ve todas las tardes pasar en silencio
a los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, les mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Vieja, ya sola y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
El sabor de un beso
EL SABOR DE UN BESO de JOSÉ MARÍA MILAN (Beneixama)
Me pides, nena preciosa,
que te describa, de un beso,
el sabor, y que haga de eso
una poesía hermosa.
¿Acaso tú crees mimosa,
que eso es tan fácil de hacer?
Y cómo darte a entender
de un beso todo el sabor
si tú no sabes qué es amor
si tú aun no eres mujer.
No pudiendo describir
el inmortal Campoamor
de un beso todo el sabor,
tan bien que el supo escribir,
¿cómo te voy yo a decir
de un beso la dulce esencia?
Espera a que en tu existencia
nazca amor sin contrapeso
y todo el sabor de un beso
lo sabrás por experiencia.
Ya sé yo que esta verdad
no te deja satisfecha
y en curiosidad deshecha
tú quieres más claridad.
Transijo en tu terquedad
por lo bonita que eres
y puesto que tú lo quieres
algo te habré de decir,
ya que en eso de conseguir
siempre ganáis las mujeres.
¿Cómo pintarte el momento
en que, entornando los ojos,
entre vuestros labios rojos
se confunde nuestro aliento?
¡Qué grandioso sentimiento
encierra el momento aquél!
El sabor de aquella miel
que se liba en vuestra boca
el pensamiento lo evoca
mas no lo pinta el pincel.
Cual volar de mariposa
desde el céfiro al arrullo,
el beso, por su murmullo
en los labios de una hermosa,
es la esencia más sabrosa
que encierra en su fondo, amor.
De aquel jugo no hay licor,
si comparártelo quieren,
ni aunque a probar te lo dieren,
en el cáliz de una flor.
Una boca sobre otra boca
produce un leve sonido,
y va en el beso un fluido
que al alma la vuelve loca.
Después su sabor provoca
un deleite embriagador,
y ha dejado tal dulzor
al pasar por nuestros labios
que hace olvidar los agravios
si los hay, en el amor.
Al besar la primera vez
sentirás, niña hechicera,
en toda tu alma entera
la más grata embriaguez.
Y te advierto que el besar
es vicio mal de corregir,
pues es tan grato el latir
de alma nuestra al besar,
que ya, después de empezar,
es forzoso reincidir.
Porque es el néctar del amor,
porque es consuelo al pensar,
porque es bálsamo al dolor.
esta es la razón de ser.
No te podrás convencer
de esta verdad inmortal
si en tus labios de coral
no dan un beso, mujer.
Yo te puedo asegurar
que la impresión que sentí
cuando el primer beso di
jamás la pude olvidar.
Fue un continuo delirar
ebrio de tanto embeleso,
fue tan dulce aquel exceso
tan grato almíbar probé,
que desde entonces bien sé
el sabor que tiene un beso.
Ni más te puedo decir
ni más te puedo explicar,
aquel sabor, sin besar,
no lo podrás concebir.
No se puede describir
el sabor de un beso en pos
ya verás cuando los dos,
él y tú, os lleguéis a amar,
como el sabor de besar
es lo mejor que hizo Dios.
Me pides, nena preciosa,
que te describa, de un beso,
el sabor, y que haga de eso
una poesía hermosa.
¿Acaso tú crees mimosa,
que eso es tan fácil de hacer?
Y cómo darte a entender
de un beso todo el sabor
si tú no sabes qué es amor
si tú aun no eres mujer.
No pudiendo describir
el inmortal Campoamor
de un beso todo el sabor,
tan bien que el supo escribir,
¿cómo te voy yo a decir
de un beso la dulce esencia?
Espera a que en tu existencia
nazca amor sin contrapeso
y todo el sabor de un beso
lo sabrás por experiencia.
Ya sé yo que esta verdad
no te deja satisfecha
y en curiosidad deshecha
tú quieres más claridad.
Transijo en tu terquedad
por lo bonita que eres
y puesto que tú lo quieres
algo te habré de decir,
ya que en eso de conseguir
siempre ganáis las mujeres.
¿Cómo pintarte el momento
en que, entornando los ojos,
entre vuestros labios rojos
se confunde nuestro aliento?
¡Qué grandioso sentimiento
encierra el momento aquél!
El sabor de aquella miel
que se liba en vuestra boca
el pensamiento lo evoca
mas no lo pinta el pincel.
Cual volar de mariposa
desde el céfiro al arrullo,
el beso, por su murmullo
en los labios de una hermosa,
es la esencia más sabrosa
que encierra en su fondo, amor.
De aquel jugo no hay licor,
si comparártelo quieren,
ni aunque a probar te lo dieren,
en el cáliz de una flor.
Una boca sobre otra boca
produce un leve sonido,
y va en el beso un fluido
que al alma la vuelve loca.
Después su sabor provoca
un deleite embriagador,
y ha dejado tal dulzor
al pasar por nuestros labios
que hace olvidar los agravios
si los hay, en el amor.
Al besar la primera vez
sentirás, niña hechicera,
en toda tu alma entera
la más grata embriaguez.
Y te advierto que el besar
es vicio mal de corregir,
pues es tan grato el latir
de alma nuestra al besar,
que ya, después de empezar,
es forzoso reincidir.
Porque es el néctar del amor,
porque es consuelo al pensar,
porque es bálsamo al dolor.
esta es la razón de ser.
No te podrás convencer
de esta verdad inmortal
si en tus labios de coral
no dan un beso, mujer.
Yo te puedo asegurar
que la impresión que sentí
cuando el primer beso di
jamás la pude olvidar.
Fue un continuo delirar
ebrio de tanto embeleso,
fue tan dulce aquel exceso
tan grato almíbar probé,
que desde entonces bien sé
el sabor que tiene un beso.
Ni más te puedo decir
ni más te puedo explicar,
aquel sabor, sin besar,
no lo podrás concebir.
No se puede describir
el sabor de un beso en pos
ya verás cuando los dos,
él y tú, os lleguéis a amar,
como el sabor de besar
es lo mejor que hizo Dios.
Romance de la voz en la sangre
ROMANCE DE LA VOZ EN LA SANGRE de RAFAEL DE LEÓN
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de cara al cielo
-viendo la tarde morirse
sobre sus ojos abiertos-
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio...
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros...
Un ¡ay! de gozo y asombro
y otro de duda y recelo
salieron de su garganta.
Las palomas de su pecho
se erizaron de blancura,
y un temblor de alumbramiento
sacudió de sur a norte
todo el mapa de su cuerpo
e hizo crujir entre sombras
las ramas de su esqueleto...
En un brinco de gacela
se ha levantado del suelo
y ha echado a andar lentamente
por la vereda de cedros.
Parece tallada en tierra
la cara de Sacramento.
-Iré a ver a la Jacinta
lo mismo que otras lo hicieron...
Ella conoce las plantas
y sabrá darme el remedio...
-¿No te da pena matarme
antes de nacer...?
¡Qué miedo
le dio al escuchar la voz
que le salía al encuentro,
envuelta en hilos de sangre
cortando su propio aliento!
-¿Quién eres que así me hablas...?
-Ahora, nadie... casi un sueño;
mañana, si tú me dejas,
un hombre de cuerpo entero...
-¿Y qué voy a hacer, mi niño?
-Parirme como un almendro
en la mitad de la cama
con las entrañas ardiendo.
-¿Pero y mi honra?
-Tu honra
la limpiaré con mis besos:
las madres después del parto
quedan igual que un espejo...
-Pero me faltan seis meses,
seis plenilunios completos
frente a los ojos que miran
y las bocas de veneno.
-¿Y a ti qué te importa nadie?
Ponte delante del pueblo
y escúpele la belleza
de llevar un hijo dentro.
-¡Temo a las lenguas cobardes!
-Y en cambio no te da miedo
ir a buscar una planta
de sombra -flor de silencio-,
para derramar mi vida
por el primer sumidero
y que no quede del hijo
ni una fecha ni un recuerdo...
-¡Calla!
-No puedo callarme.
Una perra no haría eso:
me lamería los ojos
hasta que los fuera abriendo...
Pondría mi piel suave
lo mismo que el terciopelo
y luego ya, sin saliva,
con los dientes en acecho,
se tumbaría a mi lado
hecha un río dulce y tierno,
para que yo la dejara
hasta sin cal en los huesos.
-¡Por Dios!
-Por Él, yo te pido
que no me dejes sin cielo.
Corta sábanas de holanda;
borda pañales de céfiro;
aprende nanas azules
y planta naranjos nuevos...,
y cuando me hayas parido
como a un torito pequeño,
abre puertas y ventanas,
que me contemplen durmiendo
lo mismo que un patriarca
en el valle de tus pechos...
La voz se apagó en la sangre;
la cara de Sacramento
parece como de barro
de oscura que se le ha puesto,
y con sus manos sin pulso
se toca el vientre moreno...
¡Ay qué monte de alegría!
¡Qué rosal al descubierto!
¡Qué luna bajo la falda!
¡Qué lirio de tallo inquieto!
-¡Yo te juro, amor -mi niño-,
por mis vivos y mis muertos,
que te he de parir un día
sonámbula de contento,
aunque me escupan a una
todas las lenguas del pueblo!
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de cara al cielo
-viendo la tarde morirse
sobre sus ojos abiertos-
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio...
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros...
Un ¡ay! de gozo y asombro
y otro de duda y recelo
salieron de su garganta.
Las palomas de su pecho
se erizaron de blancura,
y un temblor de alumbramiento
sacudió de sur a norte
todo el mapa de su cuerpo
e hizo crujir entre sombras
las ramas de su esqueleto...
En un brinco de gacela
se ha levantado del suelo
y ha echado a andar lentamente
por la vereda de cedros.
Parece tallada en tierra
la cara de Sacramento.
-Iré a ver a la Jacinta
lo mismo que otras lo hicieron...
Ella conoce las plantas
y sabrá darme el remedio...
-¿No te da pena matarme
antes de nacer...?
¡Qué miedo
le dio al escuchar la voz
que le salía al encuentro,
envuelta en hilos de sangre
cortando su propio aliento!
-¿Quién eres que así me hablas...?
-Ahora, nadie... casi un sueño;
mañana, si tú me dejas,
un hombre de cuerpo entero...
-¿Y qué voy a hacer, mi niño?
-Parirme como un almendro
en la mitad de la cama
con las entrañas ardiendo.
-¿Pero y mi honra?
-Tu honra
la limpiaré con mis besos:
las madres después del parto
quedan igual que un espejo...
-Pero me faltan seis meses,
seis plenilunios completos
frente a los ojos que miran
y las bocas de veneno.
-¿Y a ti qué te importa nadie?
Ponte delante del pueblo
y escúpele la belleza
de llevar un hijo dentro.
-¡Temo a las lenguas cobardes!
-Y en cambio no te da miedo
ir a buscar una planta
de sombra -flor de silencio-,
para derramar mi vida
por el primer sumidero
y que no quede del hijo
ni una fecha ni un recuerdo...
-¡Calla!
-No puedo callarme.
Una perra no haría eso:
me lamería los ojos
hasta que los fuera abriendo...
Pondría mi piel suave
lo mismo que el terciopelo
y luego ya, sin saliva,
con los dientes en acecho,
se tumbaría a mi lado
hecha un río dulce y tierno,
para que yo la dejara
hasta sin cal en los huesos.
-¡Por Dios!
-Por Él, yo te pido
que no me dejes sin cielo.
Corta sábanas de holanda;
borda pañales de céfiro;
aprende nanas azules
y planta naranjos nuevos...,
y cuando me hayas parido
como a un torito pequeño,
abre puertas y ventanas,
que me contemplen durmiendo
lo mismo que un patriarca
en el valle de tus pechos...
La voz se apagó en la sangre;
la cara de Sacramento
parece como de barro
de oscura que se le ha puesto,
y con sus manos sin pulso
se toca el vientre moreno...
¡Ay qué monte de alegría!
¡Qué rosal al descubierto!
¡Qué luna bajo la falda!
¡Qué lirio de tallo inquieto!
-¡Yo te juro, amor -mi niño-,
por mis vivos y mis muertos,
que te he de parir un día
sonámbula de contento,
aunque me escupan a una
todas las lenguas del pueblo!
¡Un duro al año!
¡UN DURO AL AÑO! de EUSEBIO BLASCO SOLER
I
Monte arriba, cara al viento,
buscando reposo y calma,
íbame yo muy contento,
dándole descanso al alma,
y cuando a lo alto llegué,
y al dar la vuelta a la cima,
un rebaño me encontré
que se me venía encima.
Avanzaban las ovejas
marchando al paso tranquilas,
y pasaban las parejas
al sonar de las esquilas:
y a los últimos reflejos
de los rayos vespertinos
las vi perderse a lo lejos
por los ásperos caminos.
Detrás de ellas, lentamente,
dando al aire una canción
y sacando indiferente
su mendrugo del zurrón,
venía un pastor, un niño,
un imberbe zagalejo,
que me inspiró ese cariño
que es tan súbito en un viejo.
- ¡Hola! ¿tú eres el pastor?
- Sí señor, ¿ y qué se ofrece?
- ¿Tienes padres?
- no señor.
- ¿Cuántos años tienes?
- Trece.
- ¿Y cuánto ganas, amigo?
- Un duro.
- ¿al día?
- ¡anda maño!
- ¿Un duro al mes?
- ¡que no, digo!
¡Un duro al año!
II
Le dejé que se marchara
y en el monte me senté,
y avergonzado, la cara
en las manos oculté.
Pasaron por mi memoria
templos, palacios y reyes,
los aplausos y las glorias,
los discursos y las leyes,
los millones del banquero,
las fiestas del potentado,
réditos del usurero,
ladrones en despoblado,
fortunas mal heredadas
en el tapete perdidas,
cortesanas celebradas
de ricas galas prendidas,
los que del lujo se ufanan,
tantas glorias, tanto daño...
y en tanto hay seres que ganan...
¡Un duro al año!
III
¡Un duro! ¡Oh Dios! ¡Cuántas veces
lo habré derrochado yo,
en miles de pequeñeces
que mi gusto me perdió!
en comer sin tener ganas,
en caprichos, en favores,
en vanidades humanas,
en guantes, coches y flores,
en un rato de placer,
en un libro sin valor,
en apostar, en beber,
en humo, en un buen olor...
Y ese duro que se olvida
en cuanto correr se deja,
era un año de la vida
de aquel niño que se aleja...
Y vi que somos peores
todos los seres humanos.
Unos, falsos soñadores;
otros, falsos puritanos
todos en el daño iguales
ante la llagas sociales
y hay seres que, en esa edad,
que ignora su propio engaño
deben a la humanidad...
¡Un duro al año!
IV
¡No! Mientras que el frío enero,
en una espantosa noche,
mi prójimo, por dinero,
me lleve a mi casa en coche;
mientras de la mina oscura
saque el carbón tanta gente,
pasando tanta amargura
para que yo me caliente;
mientras de la alegre fiesta
salga yo, que siento y creo,
y al pobre que me moleste
le mande airado a paseo;
y mientras derroche la moda,
y se gasten, grande o chico,
mil duros en una boda,
mil en entierros del rico,
y hasta el sol desigual sea
en dar al hombre sus rayos,
y hayan niños con librea
que me sirvan de lacayos
ni creo en leyes humanas
ni en el que las bombas tira...
¡Palabras! Palabras vanas.
¡Mentira, todo mentira!
No hay a las penas consuelos;
¡sufrir y siempre sufrir!
¡El Cristo se fue a los cielos,
pero volverá a venir!
y ha de subir a mil codos
más alto el nuevo diluvio;
en él moriremos todos
y más alto que el Vesubio
nos ha de ver impasible
ese niño, ese pastor,
ya convertido en terrible
ángel exterminador,
y entre torrentes de lava
gritará en su alto escaño:
—¡Yo soy aquel que ganaba
un duro al año!
V
Así a mis solas decía,
solo, en la cumbre del monte,
mientras el sol se escondía
en el rojizo horizonte,
en la sombra se ocultaban
lentamente las aldeas,
y allá lejos humeaban
las fabriles chimeneas.
entre el ruido y movimiento
de las modernas ciudades,
resumen triste y cruento
de las necias vanidades...
Y allá, perdido en la plana,
y cantando, tras su rebaño,
iba aquel niño que gana
¡Un duro al año!
I
Monte arriba, cara al viento,
buscando reposo y calma,
íbame yo muy contento,
dándole descanso al alma,
y cuando a lo alto llegué,
y al dar la vuelta a la cima,
un rebaño me encontré
que se me venía encima.
Avanzaban las ovejas
marchando al paso tranquilas,
y pasaban las parejas
al sonar de las esquilas:
y a los últimos reflejos
de los rayos vespertinos
las vi perderse a lo lejos
por los ásperos caminos.
Detrás de ellas, lentamente,
dando al aire una canción
y sacando indiferente
su mendrugo del zurrón,
venía un pastor, un niño,
un imberbe zagalejo,
que me inspiró ese cariño
que es tan súbito en un viejo.
- ¡Hola! ¿tú eres el pastor?
- Sí señor, ¿ y qué se ofrece?
- ¿Tienes padres?
- no señor.
- ¿Cuántos años tienes?
- Trece.
- ¿Y cuánto ganas, amigo?
- Un duro.
- ¿al día?
- ¡anda maño!
- ¿Un duro al mes?
- ¡que no, digo!
¡Un duro al año!
II
Le dejé que se marchara
y en el monte me senté,
y avergonzado, la cara
en las manos oculté.
Pasaron por mi memoria
templos, palacios y reyes,
los aplausos y las glorias,
los discursos y las leyes,
los millones del banquero,
las fiestas del potentado,
réditos del usurero,
ladrones en despoblado,
fortunas mal heredadas
en el tapete perdidas,
cortesanas celebradas
de ricas galas prendidas,
los que del lujo se ufanan,
tantas glorias, tanto daño...
y en tanto hay seres que ganan...
¡Un duro al año!
III
¡Un duro! ¡Oh Dios! ¡Cuántas veces
lo habré derrochado yo,
en miles de pequeñeces
que mi gusto me perdió!
en comer sin tener ganas,
en caprichos, en favores,
en vanidades humanas,
en guantes, coches y flores,
en un rato de placer,
en un libro sin valor,
en apostar, en beber,
en humo, en un buen olor...
Y ese duro que se olvida
en cuanto correr se deja,
era un año de la vida
de aquel niño que se aleja...
Y vi que somos peores
todos los seres humanos.
Unos, falsos soñadores;
otros, falsos puritanos
todos en el daño iguales
ante la llagas sociales
y hay seres que, en esa edad,
que ignora su propio engaño
deben a la humanidad...
¡Un duro al año!
IV
¡No! Mientras que el frío enero,
en una espantosa noche,
mi prójimo, por dinero,
me lleve a mi casa en coche;
mientras de la mina oscura
saque el carbón tanta gente,
pasando tanta amargura
para que yo me caliente;
mientras de la alegre fiesta
salga yo, que siento y creo,
y al pobre que me moleste
le mande airado a paseo;
y mientras derroche la moda,
y se gasten, grande o chico,
mil duros en una boda,
mil en entierros del rico,
y hasta el sol desigual sea
en dar al hombre sus rayos,
y hayan niños con librea
que me sirvan de lacayos
ni creo en leyes humanas
ni en el que las bombas tira...
¡Palabras! Palabras vanas.
¡Mentira, todo mentira!
No hay a las penas consuelos;
¡sufrir y siempre sufrir!
¡El Cristo se fue a los cielos,
pero volverá a venir!
y ha de subir a mil codos
más alto el nuevo diluvio;
en él moriremos todos
y más alto que el Vesubio
nos ha de ver impasible
ese niño, ese pastor,
ya convertido en terrible
ángel exterminador,
y entre torrentes de lava
gritará en su alto escaño:
—¡Yo soy aquel que ganaba
un duro al año!
V
Así a mis solas decía,
solo, en la cumbre del monte,
mientras el sol se escondía
en el rojizo horizonte,
en la sombra se ocultaban
lentamente las aldeas,
y allá lejos humeaban
las fabriles chimeneas.
entre el ruido y movimiento
de las modernas ciudades,
resumen triste y cruento
de las necias vanidades...
Y allá, perdido en la plana,
y cantando, tras su rebaño,
iba aquel niño que gana
¡Un duro al año!
El meu testament
EL MEU TESTAMENT de EUFEMIÀ FORT COGUL
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
la terra d'altra terra, que feixuga
seria al damunt meu!
No m’hi colgueu pas en terra malastruga,
no m'hi colgueu!
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
vull que la creu estengui bé els seus braços
damunt la meva fosa, eternament
la creu que fou la guia en els meus passos.
Després de mort, claveu-la fermament
damunt la meva sepultura
car si la vida em fou jornada dura
la creu me conhortava en tot moment
claveu-la, fermament,
dintre l’entranya del camp
que sigui el meu fossar
claveu-la fort,
però no en terra estranya,
claveu-la en cementiri català.
Si mai veieu que moro a terra llunya
torneu-me a Catalunya;
si algú a frec de creu vol recordar-me
que no hi vingui a plorar,
que es flecti de genolls
i el seu resar, que sigui,
com la mare va ensenyar-me
que hi resi en català.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
a l’ombra del xiprers i en terra catalana
hi creixerà més verda l’heura ufana
aferrada a les soques dels llorers
i ploraran tota hora el saüquers
el plor etern, el plor de cada dia.
I jo, reposaré en llur companyia content,
per sempre més,
humil recés i com t’enyoraria
si lluny de Catalunya, no et tingues.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
que el cel de Catalunya
és molt més blau
i més acollidor
i la gleva de terra es més suau
i em servera a materna amor.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
la terra d’altre terra
que feixuga seria al damunt meu!
No em colgueu pas en terra malastruga
no,no m’hi colgueu!
Si mai veieu que moro a terra llunya
que no ho permeti Déu,
i no podeu tornar-me a Catalunya,
no m’enterreu!
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
la terra d'altra terra, que feixuga
seria al damunt meu!
No m’hi colgueu pas en terra malastruga,
no m'hi colgueu!
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
vull que la creu estengui bé els seus braços
damunt la meva fosa, eternament
la creu que fou la guia en els meus passos.
Després de mort, claveu-la fermament
damunt la meva sepultura
car si la vida em fou jornada dura
la creu me conhortava en tot moment
claveu-la, fermament,
dintre l’entranya del camp
que sigui el meu fossar
claveu-la fort,
però no en terra estranya,
claveu-la en cementiri català.
Si mai veieu que moro a terra llunya
torneu-me a Catalunya;
si algú a frec de creu vol recordar-me
que no hi vingui a plorar,
que es flecti de genolls
i el seu resar, que sigui,
com la mare va ensenyar-me
que hi resi en català.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
a l’ombra del xiprers i en terra catalana
hi creixerà més verda l’heura ufana
aferrada a les soques dels llorers
i ploraran tota hora el saüquers
el plor etern, el plor de cada dia.
I jo, reposaré en llur companyia content,
per sempre més,
humil recés i com t’enyoraria
si lluny de Catalunya, no et tingues.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
que el cel de Catalunya
és molt més blau
i més acollidor
i la gleva de terra es més suau
i em servera a materna amor.
Si mai veieu que moro a terra llunya,
torneu-me a Catalunya;
la terra d’altre terra
que feixuga seria al damunt meu!
No em colgueu pas en terra malastruga
no,no m’hi colgueu!
Si mai veieu que moro a terra llunya
que no ho permeti Déu,
i no podeu tornar-me a Catalunya,
no m’enterreu!
dijous, 28 de gener del 2010
¡Qué lástima!
¡QUÉ LÁSTIMA! de LEÓN FELIPE
¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!
Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!
Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
La pomera vella
LA POMERA VELLA de IGNASI IGLESIAS
Dies ha que és aquí la primavera
i encara no veig flors a la pomera
més alta i més garrida del meu hort.
Potser aquest any, la pobre!, es queda enrere!
Potser, com és tan vella, s’hagi mort.
Les altres, que són joves ja floreixen;
les altres presumides, ja es guarneixen
de fullatge verd-fresc que escampa llum,
i, ufanes de verdor, ni es compadeixen
de la trista companya que es consum.
Que és vella, ja! Qui sap quan van plantar-la!
Qui sap qui va collir-ne el primer fruit!
L’hortolà, l'any passat, volgué podar-la,
i, en veure-la tan vella, va deixar-la
farcida d'esporguims en gran descuit.
L'haguéssiu vista abans de semblar morta
(que els ocells l'amoixaven amb cançons),
resistir els freds tardans i, ardida i forta,
lluitar amb el vent aïrat, quan tot s'ho emporta,
bo i defensant les flors dels branquillons!
Oh, sí! l'haguéssiu vista a ella altres anyades,
bo i coberta de fulles luxuriants,
amb les branques feixugues, repenjades,
totes plenes de pomes blanc-rosades
com les fresques galtones dels infants!
Avui, que no té saba ni té força
ni aquell braó d'abans, perquè ha envellit,
el vent, fent-la brandar, la vol retòrcer:
poc a poc li ha caigut l'abric d’escorça
i ningú veu lo molt que ella ha florit.
No sé perquè la vida és tan avara
que als forts, només, preserva de perills!
La pomera no mor: vol viure encara.
Morirà corsecada com la mare
que en son pit ha alletat un món de fills;
morirà quan les altres, les novelles,
pels aires espargiran olors de mel.
I, per més que l’arrenquin de prop d'elles,
encara que a l’hivern se'n faci estelles,
no en guardarà la terra cap arrel?
Potser no morirà, pobra pomera!
Potser, si l’hortolà, com anys enrere,
volgués cuidar-la bé i amb força amor,
avui, que ja és aquí la primavera
tornaria a fer fruit amb nou vigor!
Més, no, que els hortolans també s’adonen
que, els arbres cansats, floreixen poc
i per l’ànsia i la feina que ocasionen,
comptat i debatut, quasi no donen,
i així que ja es fan vells,
son bons pel foc.
Dies ha que és aquí la primavera
i encara no veig flors a la pomera
més alta i més garrida del meu hort.
Potser aquest any, la pobre!, es queda enrere!
Potser, com és tan vella, s’hagi mort.
Les altres, que són joves ja floreixen;
les altres presumides, ja es guarneixen
de fullatge verd-fresc que escampa llum,
i, ufanes de verdor, ni es compadeixen
de la trista companya que es consum.
Que és vella, ja! Qui sap quan van plantar-la!
Qui sap qui va collir-ne el primer fruit!
L’hortolà, l'any passat, volgué podar-la,
i, en veure-la tan vella, va deixar-la
farcida d'esporguims en gran descuit.
L'haguéssiu vista abans de semblar morta
(que els ocells l'amoixaven amb cançons),
resistir els freds tardans i, ardida i forta,
lluitar amb el vent aïrat, quan tot s'ho emporta,
bo i defensant les flors dels branquillons!
Oh, sí! l'haguéssiu vista a ella altres anyades,
bo i coberta de fulles luxuriants,
amb les branques feixugues, repenjades,
totes plenes de pomes blanc-rosades
com les fresques galtones dels infants!
Avui, que no té saba ni té força
ni aquell braó d'abans, perquè ha envellit,
el vent, fent-la brandar, la vol retòrcer:
poc a poc li ha caigut l'abric d’escorça
i ningú veu lo molt que ella ha florit.
No sé perquè la vida és tan avara
que als forts, només, preserva de perills!
La pomera no mor: vol viure encara.
Morirà corsecada com la mare
que en son pit ha alletat un món de fills;
morirà quan les altres, les novelles,
pels aires espargiran olors de mel.
I, per més que l’arrenquin de prop d'elles,
encara que a l’hivern se'n faci estelles,
no en guardarà la terra cap arrel?
Potser no morirà, pobra pomera!
Potser, si l’hortolà, com anys enrere,
volgués cuidar-la bé i amb força amor,
avui, que ja és aquí la primavera
tornaria a fer fruit amb nou vigor!
Més, no, que els hortolans també s’adonen
que, els arbres cansats, floreixen poc
i per l’ànsia i la feina que ocasionen,
comptat i debatut, quasi no donen,
i així que ja es fan vells,
son bons pel foc.
Poema de la despedida
POEMA DE LA DESPEDIDA de JOSÉ ANGEL BUESA
Te digo adiós si acaso te quiero todavía
quizás no he de olvidarte... Pero te digo adiós
No sé si me quisiste... No sé si te quería
o tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste y apasionado y loco
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco,
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo... Sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós y acaso con esta despedida
mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.
Te digo adiós si acaso te quiero todavía
quizás no he de olvidarte... Pero te digo adiós
No sé si me quisiste... No sé si te quería
o tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste y apasionado y loco
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco,
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo... Sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós y acaso con esta despedida
mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.
Romance de aquel hijo
ROMANCE DE AQUEL HIJO de RAFAEL DE LEÓN
Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: —¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.
Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.
¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...»
Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: —¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.
Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.
¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...»
dimecres, 27 de gener del 2010
El plat de fusta
EL PLAT DE FUSTA de TEODOR BARÓ i SURERA
Un cert home va envellir,
i com més els anys venien,
més les forces li fugien,
i al fi no es pogué tenir;
i per causa de l'edat,
i del pols molt tremolós,
així que menjava, dos
tot seguit feia del plat.
Per sabut deixo de banda
com per tal causa posava
les estovalles: vessava
quasi sempre la vianda.
El seu fill, cansat d'això,
i qui és el vell oblidant,
diu cremat: "-D'aquí endavant
menja el pare en un racó.
Tanta trencadissa assusta
i més no es pot aguantar;
avui mateix menjarà
el pare en un plat de fusta".
En compliment del manat,
al pobre vell es donava
un plat de fusta, i menjava
en un racó, com llençat.
I això durà fins que un dia
observà el fill un petit
que era seu, molt eixerit,
que un tronc de fusta tenia,
i encara que de pocs anys,
treballava per trencar-la,
i en trencar-la i arranjar-la
hi posava el seus afanys.
-Què fas? - preguntà al xicot-.
Què et proposes? Què barrines?
I el seu fill- No ho endevines?
li respon tot palpissot,
i amb el dit posat al llavi,
"un plat de fusta, perquè,
quan tu seràs vell, faré
que hi mengis com ara l'avi".
Es cremà en sentir això
el seu pare tant i tant,
que li pegà, i tremolant,
el nin cridà amb un gran plor.
"-Com veia que al pare teu
li donaves semblant plat,
jo fer-ne per a tu un, he pensat
perquè tu ets el pare meu!"
Calla el nin; el pare pensa;
al seu fill dóna un petó,
de l'avi se’n va al racó,
li agafa el plat i me’l llença;
i amb commoguda paraula
mana com un desagravi,
que en endavant tingui l'avi
el lloc preferit a taula,
i ho mana perquè repara
que és exacte i ben segur
"que el fill es portarà amb tu
com tu et portis amb el teu pare".
Si ets bon fill, bons fills tindràs,
el teu exemple aprendran,
que és molt veritat el refrany:
"TAL FARÀS, TAL TROBARÀS"
Un cert home va envellir,
i com més els anys venien,
més les forces li fugien,
i al fi no es pogué tenir;
i per causa de l'edat,
i del pols molt tremolós,
així que menjava, dos
tot seguit feia del plat.
Per sabut deixo de banda
com per tal causa posava
les estovalles: vessava
quasi sempre la vianda.
El seu fill, cansat d'això,
i qui és el vell oblidant,
diu cremat: "-D'aquí endavant
menja el pare en un racó.
Tanta trencadissa assusta
i més no es pot aguantar;
avui mateix menjarà
el pare en un plat de fusta".
En compliment del manat,
al pobre vell es donava
un plat de fusta, i menjava
en un racó, com llençat.
I això durà fins que un dia
observà el fill un petit
que era seu, molt eixerit,
que un tronc de fusta tenia,
i encara que de pocs anys,
treballava per trencar-la,
i en trencar-la i arranjar-la
hi posava el seus afanys.
-Què fas? - preguntà al xicot-.
Què et proposes? Què barrines?
I el seu fill- No ho endevines?
li respon tot palpissot,
i amb el dit posat al llavi,
"un plat de fusta, perquè,
quan tu seràs vell, faré
que hi mengis com ara l'avi".
Es cremà en sentir això
el seu pare tant i tant,
que li pegà, i tremolant,
el nin cridà amb un gran plor.
"-Com veia que al pare teu
li donaves semblant plat,
jo fer-ne per a tu un, he pensat
perquè tu ets el pare meu!"
Calla el nin; el pare pensa;
al seu fill dóna un petó,
de l'avi se’n va al racó,
li agafa el plat i me’l llença;
i amb commoguda paraula
mana com un desagravi,
que en endavant tingui l'avi
el lloc preferit a taula,
i ho mana perquè repara
que és exacte i ben segur
"que el fill es portarà amb tu
com tu et portis amb el teu pare".
Si ets bon fill, bons fills tindràs,
el teu exemple aprendran,
que és molt veritat el refrany:
"TAL FARÀS, TAL TROBARÀS"
Ahora me toca a mi
AHORA ME TOCA A MI de RAFAEL DE LEÓN
Decorado de sala elegante.
(Entra MANOLO. Es un hombre maduro, de aire tosco, pero bien vestido. Lleva sombrero cordobés. Le acompaña un CRIADO.)
MANOLO: ¿Se puede pasá? ¿Qué hay, tropa?
(Al criado)
¿Qué espera usté? ¿Mi sombrero?
Mejor está en mi cabesa
que corgao en er perchero.
Y además son hijos míos
los tres que tengo delante.
¿Qué hay tropilla? ¡Güena casa!
Y un criao muy elegante
que en vez de vuestro papuchi
se cree que soy un permaso.
(Dando el sombrero al criado)
Vaya er sombrero. Y procura
que no me den er cambiaso.
(El Criado hace una ligera reverencia en dirección al primer término y se va por la puerta cerrando el cortinaje.)
Su reverencia... me chifla
que sos traten con respeto.
¡Tres señoritos! ¡Qué orgullo
para un padre tan cateto!
¡Tené tres hijos varones
que están viviendo en sus glorias
porque yo m'alimentaba...
de papas y sanahorias!
Me alimentaba... hace tiempo;
que hoy ya la cosa varía.
No ví a dejá ni la cresta
de un pollo de Andalusía.
Que nos vorvemos tragones
los viejos mal educaos,
y eso nos quita finura
pa tratá con abogaos
como er que de parte vuestra
vino a hablarme de intereses
y le di ... que con er susto
tiene cama pa dos meses.
El hombre vino a desirme
por encargo de mis hijos
que ustedes no estáis conformes
con que venda los cortijos.
Que debo seguí en er campo
lo que me resta de vía
cuidando de las cosechas
y de la ganadería;
que no se seque el arjibe,
que no s'avinagre er mosto;
bébete er frío de enero
y anda y súdalo en agosto.
No duermas... cuenta las horas
de la noche una por una...
Tienes que viví pendiente
de los cambios de la luna.
Ayer te fartó una oveja,
¡vaya bendita de Dió!...
¿Voy a llamá a los civiles
si de chico fui pastó?
¡Pastó de ganao montuno
con las alpargatas rotas!
¡De Córdoba a Extremadura
por tres puñaos de bellotas!
Y en cambio, los tres cachorros
de aquel pastó miserable
van por tabaco a la esquina
con sus tres descapotables.
Que yo lo tendría a gala
si al derrochá mis dineros
se le añadiera er que ustedes
ganaran como ingenieros,
o bien como sirujanos,
o de doctores en leyes...
¡O echándose a las costillas
tóos los vagones der muelle!
¡Trabajando! ley der sielo
que con ustedes no reza
porque como hay todavía
muchos toros en la dehesa
y hay trigo pa veinte años
y desbordan los lagares
y a caballo hay por lo menos
hora y media de olivares,
que trabaje papaíto
que hay que vé lo bien que está;
y eso que l'ha dao ahora
por bebé, por trasnochá,
por í con cuatro amigotes
de francachela a Sevilla
y hasta parese que disen
que ronda a una chavalilla,
y antes de que se nos casen
er día menos pensao
aquí lo mejó que hasemos
es mandarle un abogao
que le diga las verdades
aunque le sepan amargas;
ar pródigo no es difísi
por ley, echarle la garga.
¡¡Intentarlo!! Ya hemos visto
que el abogao... renunció;
yo no admito en este pleito
más tribuná que er de Dió.
Él sabe que yo he sufrío
todas las humillaciones
pa que ustedes no tuvieran
que sé destripaterrones.
Pa mí, ni café ni amigos,
ni un sigarro, ni una copa...
Pero mis niños... ¡tres duques
en lo tocante a la ropa!...
Y vengan manjares finos,
vengan colegios de pago,
vengan potros y escopetas,
y vivan los Reyes Magos.
Sursíos en mis carsones
y en er buche telarañas...
¡Pero hay que vé cómo viven
los hijos de mis entrañas!
Y, claro, los pobresitos
están tan acostumbraos
que en vez de darme las gracias
me mandan un abogao
pa que no gaste er dinero
que lo debo de guardá
y er día que yo me muera
se lo reparten y en pá.
Lo siento, pichones míos,
rosas de mayo y abrí...
Ya habéis disfrutao lo suyo
y ahora me toca a mí.
¡Vengan corrías de toros
y buen vino y mejor cante
pa regusto de un campero
que ya ha trabajao bastante!
Mira qué terno más fino,
mira qué cigarros puros...
En la puerta un artomóvi
y aquí unos miles de duros
pa gastarlos en claveles
si me encuentro una serrana
que suerte dos lagrimitas
de compasión por mis canas.
La compasión que me niegan
los tres hijos de mi amó;
si no estoy en mi derecho
sentensia me mande Dió.
¡Casa! Mi sombrero. ¡Pronto,
que me voy a divertí!
Con er permiso de ustedes...
¡Ahora me toca a mí!
Decorado de sala elegante.
(Entra MANOLO. Es un hombre maduro, de aire tosco, pero bien vestido. Lleva sombrero cordobés. Le acompaña un CRIADO.)
MANOLO: ¿Se puede pasá? ¿Qué hay, tropa?
(Al criado)
¿Qué espera usté? ¿Mi sombrero?
Mejor está en mi cabesa
que corgao en er perchero.
Y además son hijos míos
los tres que tengo delante.
¿Qué hay tropilla? ¡Güena casa!
Y un criao muy elegante
que en vez de vuestro papuchi
se cree que soy un permaso.
(Dando el sombrero al criado)
Vaya er sombrero. Y procura
que no me den er cambiaso.
(El Criado hace una ligera reverencia en dirección al primer término y se va por la puerta cerrando el cortinaje.)
Su reverencia... me chifla
que sos traten con respeto.
¡Tres señoritos! ¡Qué orgullo
para un padre tan cateto!
¡Tené tres hijos varones
que están viviendo en sus glorias
porque yo m'alimentaba...
de papas y sanahorias!
Me alimentaba... hace tiempo;
que hoy ya la cosa varía.
No ví a dejá ni la cresta
de un pollo de Andalusía.
Que nos vorvemos tragones
los viejos mal educaos,
y eso nos quita finura
pa tratá con abogaos
como er que de parte vuestra
vino a hablarme de intereses
y le di ... que con er susto
tiene cama pa dos meses.
El hombre vino a desirme
por encargo de mis hijos
que ustedes no estáis conformes
con que venda los cortijos.
Que debo seguí en er campo
lo que me resta de vía
cuidando de las cosechas
y de la ganadería;
que no se seque el arjibe,
que no s'avinagre er mosto;
bébete er frío de enero
y anda y súdalo en agosto.
No duermas... cuenta las horas
de la noche una por una...
Tienes que viví pendiente
de los cambios de la luna.
Ayer te fartó una oveja,
¡vaya bendita de Dió!...
¿Voy a llamá a los civiles
si de chico fui pastó?
¡Pastó de ganao montuno
con las alpargatas rotas!
¡De Córdoba a Extremadura
por tres puñaos de bellotas!
Y en cambio, los tres cachorros
de aquel pastó miserable
van por tabaco a la esquina
con sus tres descapotables.
Que yo lo tendría a gala
si al derrochá mis dineros
se le añadiera er que ustedes
ganaran como ingenieros,
o bien como sirujanos,
o de doctores en leyes...
¡O echándose a las costillas
tóos los vagones der muelle!
¡Trabajando! ley der sielo
que con ustedes no reza
porque como hay todavía
muchos toros en la dehesa
y hay trigo pa veinte años
y desbordan los lagares
y a caballo hay por lo menos
hora y media de olivares,
que trabaje papaíto
que hay que vé lo bien que está;
y eso que l'ha dao ahora
por bebé, por trasnochá,
por í con cuatro amigotes
de francachela a Sevilla
y hasta parese que disen
que ronda a una chavalilla,
y antes de que se nos casen
er día menos pensao
aquí lo mejó que hasemos
es mandarle un abogao
que le diga las verdades
aunque le sepan amargas;
ar pródigo no es difísi
por ley, echarle la garga.
¡¡Intentarlo!! Ya hemos visto
que el abogao... renunció;
yo no admito en este pleito
más tribuná que er de Dió.
Él sabe que yo he sufrío
todas las humillaciones
pa que ustedes no tuvieran
que sé destripaterrones.
Pa mí, ni café ni amigos,
ni un sigarro, ni una copa...
Pero mis niños... ¡tres duques
en lo tocante a la ropa!...
Y vengan manjares finos,
vengan colegios de pago,
vengan potros y escopetas,
y vivan los Reyes Magos.
Sursíos en mis carsones
y en er buche telarañas...
¡Pero hay que vé cómo viven
los hijos de mis entrañas!
Y, claro, los pobresitos
están tan acostumbraos
que en vez de darme las gracias
me mandan un abogao
pa que no gaste er dinero
que lo debo de guardá
y er día que yo me muera
se lo reparten y en pá.
Lo siento, pichones míos,
rosas de mayo y abrí...
Ya habéis disfrutao lo suyo
y ahora me toca a mí.
¡Vengan corrías de toros
y buen vino y mejor cante
pa regusto de un campero
que ya ha trabajao bastante!
Mira qué terno más fino,
mira qué cigarros puros...
En la puerta un artomóvi
y aquí unos miles de duros
pa gastarlos en claveles
si me encuentro una serrana
que suerte dos lagrimitas
de compasión por mis canas.
La compasión que me niegan
los tres hijos de mi amó;
si no estoy en mi derecho
sentensia me mande Dió.
¡Casa! Mi sombrero. ¡Pronto,
que me voy a divertí!
Con er permiso de ustedes...
¡Ahora me toca a mí!
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