Amb aquest bloc vull retre homenatge a Domingo Mulà, rapsode “per afició”, que ens ha delectat al llarg de molts anys, recitant poesies, però per davant de tot, per ser com és, una persona magnífica.

Crec que els homenatges cal fer-los en vida, hem de saber agrair a la gent que ens fa feliç i donar-los-hi les gràcies cada dia, si cal. M’ha semblat una manera d’expressar el meu agraïment, per l’esforç, si , aquest que diu que ha fet amb tantes ganes, però que a la fi, ha estat un treball de molts anys. M’agradaria que tanta feina no fos per res, vull que tot el món, conegui al nostre estimat Domingo, i dic nostre, perquè, els que el coneixem, cadascú a la seva manera, se l’ha fet una mica seu. Les seves poesies han colpit als nostres cors i ens ha fet gaudir de tants moments feliços, que qualsevol regal és poc per tornar-li el què ens ha donat.

Ara, aquí i en qualsevol lloc, podrem escoltar aquestes poesies que recita amb tanta passió.

Gràcies Domingo, un cop més.

Sincerament,

Anna

dijous, 28 de gener del 2010

¡Qué lástima!

¡QUÉ LÁSTIMA! de LEÓN FELIPE



¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

La pomera vella

LA POMERA VELLA de IGNASI IGLESIAS



Dies ha que és aquí la primavera
i encara no veig flors a la pomera
més alta i més garrida del meu hort.

Potser aquest any, la pobre!, es queda enrere!
Potser, com és tan vella, s’hagi mort.

Les altres, que són joves ja floreixen;
les altres presumides, ja es guarneixen
de fullatge verd-fresc que escampa llum,
i, ufanes de verdor, ni es compadeixen
de la trista companya que es consum.

Que és vella, ja! Qui sap quan van plantar-la!
Qui sap qui va collir-ne el primer fruit!

L’hortolà, l'any passat, volgué podar-la,
i, en veure-la tan vella, va deixar-la
farcida d'esporguims en gran descuit.

L'haguéssiu vista abans de semblar morta
(que els ocells l'amoixaven amb cançons),
resistir els freds tardans i, ardida i forta,
lluitar amb el vent aïrat, quan tot s'ho emporta,
bo i defensant les flors dels branquillons!

Oh, sí! l'haguéssiu vista a ella altres anyades,
bo i coberta de fulles luxuriants,
amb les branques feixugues, repenjades,
totes plenes de pomes blanc-rosades
com les fresques galtones dels infants!

Avui, que no té saba ni té força
ni aquell braó d'abans, perquè ha envellit,
el vent, fent-la brandar, la vol retòrcer:
poc a poc li ha caigut l'abric d’escorça
i ningú veu lo molt que ella ha florit.

No sé perquè la vida és tan avara
que als forts, només, preserva de perills!
La pomera no mor: vol viure encara.

Morirà corsecada com la mare
que en son pit ha alletat un món de fills;
morirà quan les altres, les novelles,
pels aires espargiran olors de mel.

I, per més que l’arrenquin de prop d'elles,
encara que a l’hivern se'n faci estelles,
no en guardarà la terra cap arrel?

Potser no morirà, pobra pomera!
Potser, si l’hortolà, com anys enrere,
volgués cuidar-la bé i amb força amor,
avui, que ja és aquí la primavera
tornaria a fer fruit amb nou vigor!

Més, no, que els hortolans també s’adonen
que, els arbres cansats, floreixen poc
i per l’ànsia i la feina que ocasionen,
comptat i debatut, quasi no donen,
i així que ja es fan vells,
son bons pel foc.

Poema de la despedida

POEMA DE LA DESPEDIDA de JOSÉ ANGEL BUESA




Te digo adiós si acaso te quiero todavía
quizás no he de olvidarte... Pero te digo adiós
No sé si me quisiste... No sé si te quería
o tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste y apasionado y loco
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco,
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo... Sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós y acaso con esta despedida
mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Romance de aquel hijo

ROMANCE DE AQUEL HIJO de RAFAEL DE LEÓN



Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!

Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.

¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!

¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: —¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?

Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...

Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»

Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.

Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.

¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!

En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.

¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!

Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.

Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.

Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.

Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.

Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.

Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.

Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:

«¡Cuando tengamos un hijo!...»

Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...»